martes, 27 de julio de 2010

Ethelred Lestat y su legado de sangre


Brillaba la luna llena... cúmulos nubosos se desplazaban suavemente al amparo de la noche. Los lobos aullaban en las montañas... Mientras, yo, volvía de trabajar. Me llamo Ethelred, llevaba unos meses haciendo horas extra en el trabajo, ahorrando lo imposible para comprar un anillo de boda decente. Sí, como habéis oído, me casaba. La mujer que amo se llama Lillian, y seguramente nunca se imaginaba como yo, lo que estaba a punto de suceder.

Me adentré por un callejón sin alumbrado, al que yo siempre llamaba, "el atajo". Para mi sorpresa, dos jóvenes de aspecto pálido me cortaron el paso.
Cuchicheaban algo sobre mí, como si ya me conocieran, aunque no les hubiese visto jamás. Lucían unos trajes oscuros, de una estética algo antigua para estos tiempos. Si esto ya me pareció extraño, su vocabulario me lo pareció todavía más. Casi hablaban en verso.
Les dije amablemente que me dejaran pasar, que llegaba tarde, pero no sólo ignoraron mi petición, sino que sonrieron burlones sin apartar su mirada de mis ojos.
Sin que ocurriese nada más, desplegaron sus grandes túnicas, tomaron la forma de una bandada de murciélagos y echaron a volar, dejándome donde me encontraron. A duras penas di dos zancadas más cuando noté un gélido aliento recorriendo mi espalda.
Allí se encontraba, parado, un hombre muy alto y delgado. Su arrugado y pálido rostro dejaba ver unas pupilas rojas como el fuego. Pregunté entrecortado quien era y qué quería de mí, pero sólo recibí un nombre como respuesta: "Voldo Lebrun". Se abalanzó sobre mí con una velocidad pasmosa, dejándome completamente paralizado de horror, sin capacidad de reacción alguna, exponiéndome a las consecuencias de aquel desafortunado encuentro...

Desperté en un vertedero, en un sucio vertedero. Ya había amanecido y hacía un frío que calaba los huesos. Estaba rodeado de niebla y me sentía cansado. Llevaba la ropa rasgada, y me vi lleno de heridas. ¿Qué pasó anoche? ¿Qué me hicieron cuando quedé inconsciente?... la incertidumbre sobre los hechos me acosaban sin descanso, pero ninguna respuesta improvisada lograba calmarme. Pero estaba vivo, y eso era lo importante. Me puse en pie con la intención de volver a casa. Busqué mi teléfono móvil, por si ella me hubiese llamado, pero lo había perdido o me lo habían robado. No estaba donde tenía que estar.
Me aventuré calle abajo para llegar al bulevar donde se encontraba mi casa. A medio camino me topé con un hombre herido, y decidí echarle una mano, como me hubiera gustado que hubiesen hecho por mí si anoche alguien hubiera pasado por "el atajo". Sin embargo, antes de poder reaccionar, apareció un enorme cánido de la niebla, segregando una mezcla asquerosa de sangre y baba.
El lobo saltó sobre el desvalido hombre y decidí reaccionar. Cuando agarré al animal a una velocidad que a mí mismo me sorprendió, de mis manos crecieron unas garras color negro terroríficas, que hirieron de muerte a la gigantesca bestia. Salí corriendo preso del pánico.

Por primera vez, tenía miedo de mí mismo...

Por fin cerca de mi hogar, pasé por delante de un pequeño parque, donde exhausto y sediento, y sin poder esperar los pocos metros que me faltaban, eché un largo trago de la fuente.
Curiosamente, el agua no me sabía a nada, y mucho menos saciaba esa sed que me consumía como lo haría la abstinencia de un drogadicto. Mi reflejo en el agua era extrañamente translúcido. Observé con detenimiento, las heridas que tenía, entre las cuales me llamó la atención una mordedura en el lado derecho de mi cuello que podría jurar que no me hizo el lobo que encontré hacía un rato.
La niebla entonces se despejó, y las nubes dieron paso al astro rey. La piel de mi cuerpo comenzó a secarse y la sangre me hervía más que nunca... literalmente. El dolor era inaguantable, y la luz solar me cegaba.
Tuve que esconderme en una ruina hasta el anochecer, dándome cuenta que no sufría hambre con el paso del tiempo, ni de otras necesidades humanas típicas como ir al baño, o ganas de dormir. Tan solo me consumía la sed, pero por mucha agua que bebiera, la sensación no desaparecía.

Cayó el manto la noche y ya no me dañaba salir al exterior. Encontré un viejo amigo, Rangladon, a quien solía llamar Rang. Me acerqué a él para saludarle. Me dijo que Lillian estaba destrozada, en la comisaría local, preguntando por mí a toda la ciudad. Había perdido la noción del tiempo, y mis oídos apenas oyeron sus frases, atenuadas por un irresistible aroma, proveniente de su interior, del interior de Rang.
Sin articular palabra, me lancé sobre Rang. Mis garras volvieron a aparecer de la nada, cogiendo fuertemente de su cabeza hasta dejarle inconsciente. Mi cuerpo no vaciló un segundo y le mordí en el cuello. Empecé a beber de su sangre y mi sed se calmó.
La sensación que corría por mis venas era indescriptible... revitalizadora, placentera, deliciosa... una amalgama de sentimientos, sabores y sensaciones.
Entonces comprendí que me estaba convirtiendo en un monstruo. Nunca creí en seres extraños, en sucesos paranormales, o en deidades religiosas; pero ésta vez había sido real. Desde el encuentro con aquel "Voldo Lebrun" que estaba pasando esto. Sin embargo, ahora que mis impulsos oscuros parecían descansados, mi mente volvió a recordar a Lillian. Estaba cerca de casa, sólo una manzana más.

Frente a la finca donde mantengo mi vida con ella desde hace unos años, llamé a la puerta. Nadie abrió. Quedaba poco para amanecer, y mi piel ya comenzaba a notar los síntomas, así que arremetí contra la ventana y entré de un salto dentro de casa. Recordé las palabras de Rang antes del incidente que tuve con él. Seguramente estaría en comisaría, esperando noticias mías. Evitando la luz solar que entraba por las ventanas, me encerré en nuestra habitación y me escondí debajo de mi cama esperando su llegada.

Esa misma noche, cuando ya podía vagar libremente por casa, aquella molesta sed volvió a inundar mis entrañas. Estaba claro que volvía a necesitar sangre. Me había convertido en lo que los libros de fantasía llaman Vampiros. ¿Voldo Lebrun sería un vampiro? No lo sé, pero sé que era el responsable. Llegada la media noche la puerta de casa se abrió. ¡Era Lillian! todavía sentía aquello que los humanos llamábamos "extrañar" a alguien. Cuando me vio, se abalanzó sobre mí y me abrazó, llorando y exigiendo a gritos una explicación. La miré a los ojos y le dije que era una larga historia. Tomé su cabeza y la besé. Por un momento, su boca me supo tan dulce como la sangre, lo cual incrementó el apetito que llevaba horas soportando. Cuando me di cuenta, mi apasionado beso se transformó en un hambriento bocado, llenando mi estómago de deliciosa sangre. La suya sabía mejor que cualquier otra, así que no pude dejar de hacerlo aunque lo que quedaba de mi corazón me lo pidiese. Y entonces ocurrió. Los ojos de Lillian se tornaron brillantes, y garras y colmillos formaban parte de su estructura corporal. Fue culpa mía. No vi venir como se tiraba contra mí, inmovilizándome, mordiendo y alimentándose de mi sangre, y quedando ambos sobre la cama, con la ropa rasgada... No pudimos evitar sentirnos esclavos de nuestros deseos más profundos, consumándolos durante toda la noche.

Al día siguiente todo cambió, nuestra relación se tornó fría, pero ambos, a nuestra manera, seguíamos amándonos. Nos alimentábamos mutuamente de nuestra sangre, y aunque así podíamos subsistir, mi mente seguía atrapando un único pensamiento. La venganza.

Tenía un objetivo, tenía a mi amada como aliada, y por consiguiente, tenía un legado. Teníamos fuerza. Teníamos sed de sangre. Voldo Lebrun conocerá el horror de haber maldecido a Ethelred Lestat y a Lillian Von Dawn, su legado de sangre.

1 comentario:

  1. Te contesto en tu blog ya que estoy :P
    para nada escribo tan bien, me sobrevaloras como siempre (A)
    De todos modos muchas gracias ^^ tu historia está genial *-* si pude hacerla tan bien como dices será porque me basaba en la tuya =P

    Sigue escribiendo! Kisses! ^^

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